Cosas de familia
No tendría más de tres años. Cuatro, a lo sumo. Rubio, con los mofletes sonrosados, rubicundo, como los niños de los anuncios de pañales. Paseaba con la madre de la mano y se quedó clavado delante de un escaparate. No sé, un juguete, una chuchería: cualquier cosa había llamado poderosamente su atención y se había quedado varado en el suelo, tirando del brazo de la madre y señalando, con la decisión que sólo tiene uno a los cuatro años, el motivo de su inquietud.
La madre, joven y guapa, lo miró con paciencia. Con paciencia y con cariño. Se agachó, le revolvió el pelo y le dijo algo al oído, para calmarlo, algo así como que tendría el cuarto hasta arriba de juguetes, si no hacía nada que los Reyes Magos le habían traído los regalos. Fue entonces cuando empezó a patalear y a berrear con esa energía que sólo se tiene de niño para berrear y patalear. Permaneció así un par de minutos. Me quedé mirando la escena después de haber aparcado el coche. Al cabo, algo muy fuerte debió de decir el m…
La madre, joven y guapa, lo miró con paciencia. Con paciencia y con cariño. Se agachó, le revolvió el pelo y le dijo algo al oído, para calmarlo, algo así como que tendría el cuarto hasta arriba de juguetes, si no hacía nada que los Reyes Magos le habían traído los regalos. Fue entonces cuando empezó a patalear y a berrear con esa energía que sólo se tiene de niño para berrear y patalear. Permaneció así un par de minutos. Me quedé mirando la escena después de haber aparcado el coche. Al cabo, algo muy fuerte debió de decir el m…